Así se hizo «Salvo que me muera antes», el libro sobre el fallecimiento de Néstor Kirchner
Su autor, Ceferino Reato, revela parte del «detrás de escena».
Cristina Kirchner, frente al féretro de Néstor. (Archivo)
Por Ceferino Reato / Especial para Clarín
Sábado 4 de junio de 2016, restaurante de la Posada Los Álamos, a un par de cuadras del chalet de los Kirchner. Son las 7 de la tarde.
El hombre que está sentado frente a mí se llama Walter Paul Yosver; todavía no lo sé, pero será una fuente clave para mi nuevo libro, del cual no tengo nada en claro. Mucho menos el título.
Un contacto en El Calafate —Calafate, como dicen los santacruceños— me había señalado a Yosver como el funebrero que había cuidado el cuerpo de Néstor Kirchner luego de su muerte, el 27 de octubre de 2010.
Y, como suele suceder en las pequeñas ciudades, no me supo dar la dirección exacta de su nuevo trabajo como gerente de ventas de una concesionaria de autos, al lado del Hipertehuelche, “donde venden de todo: es nuestro Easy. Es acá cerca; le decís a cualquier remisero y te lleva”.
A las 11 de la mañana de aquel sábado frío y ventoso ubiqué a Yosver en su trabajo y acordamos la entrevista.
El autor -derecha- con el funebrero y su pareja, Vanesa. (Gentileza CR)
Es un bonaerense de Banfield que en el año 2000 llegó a su “lugar en el mundo”, como definió Cristina Kirchner a esta hermosa tierra de montañas, lagos y glaciares.
Él estaba a cargo de la única casa de servicios fúnebres de Calafate cuando murió Kirchner y fue convocado por el intendente ultra K Javier Belloni.
Un rato antes de esa visita matinal había hablado por teléfono con otra fuente clave: el doctor Claudio Cirille, el médico que estaba de guardia en el hospital local cuando desde la residencia de los Kirchner pidieron urgente una ambulancia.
Cirille, que es platense y vive en Santa Cruz desde 1992, me invitó gentilmente a su casa, donde me recibió junto a su pareja y su bebé.
Eso fue a las 3 de la tarde; una larga entrevista con mate amargo, rodeados de libros porque se ve que Cirille es un lector voraz, y no sólo sobre su profesión.
Reato con el médico Claudio Cirille. (CR)
Un sábado muy productivo: distinto del domingo, cuando fui a la parroquia y luego de la misa del mediodía intenté entrevistar al padre “Lito” Álvarez, el cura preferido de Cristina y fervoroso “lupinero”; es decir, un kirchnerista de siempre, de antes de que Néstor y Cristina trascendieran la provincia. Álvarez declinó amablemente la entrevista.
Así es este oficio: hay que tratar de entrevistar a todas las fuentes.
Por un lado, la verdad periodística suele surgir de confrontar vivencias y opiniones diversas sobre un mismo tema.
Por el otro, el periodista no es el protagonista del hecho que se investiga: no lo vivió, no estuvo allí, no lo conoce; los protagonistas son otros y hay que buscarlos. Claro que si no quieren hablar, no hay cómo obligarlos.
La tercera fuente clave para saber dónde, a qué hora y de qué murió Kirchner —incluso, si se podría haber salvado— resultó Eduardo Mikulik, un misionero que era jefe de Enfermería de la Guardia del hospital José Formenti.
A Mikulik lo entrevisté en una segunda visita a Calafate, el viernes 11 de noviembre de 2016 en el café «La Esquina», en el coqueto centro de la villa turística.
También entrevisté a otros médicos y enfermeros que intentaron reanimar a Kirchner en el shock room del hospital, pero me pidieron anonimato. Lo mismo ocurrió con dirigentes políticos y ex funcionarios nacionales y santacruceños.
Acá atendieron a Néstor Kirchner. (Gentileza Eduardo Mikulik)
No me gusta incluir testimonios de fuentes anónimas en mis libros y lo hago sólo cuando son muy relevantes, luego de una verificación lo más exhaustiva posible. Pero me sirven para un chequeo cruzado de otros testimonios, que es una técnica que reduce mucho las chances de error.
Comprendo tanta cautela de esas fuentes. Como en algunas otras provincias, los santacruceños están habituados a convivir con la discrecionalidad de sus autoridades, lo cual genera un lógico temor a eventuales represalias.
El aparato estatal tiene una presencia capilar en la extensa y despoblada Santa Cruz; las autoridades son personas poderosas en una provincia donde una de cada 2 personas que trabajan es empleado público.
La tapa del libro.
Lo mismo me ocurrió en Río Gallegos, adonde viajé también en noviembre del año pasado.
“Mucha gente todavía tiene miedo; quedaron sumisos”, me contó un ex dirigente en Río Gallegos mientras me mostraba en su auto algunos lugares emblemáticos del kirchnerismo.
“Es que te persiguen, te escuchan… O te hacen creer que te persiguen y te escuchan”, agregó.
Tampoco él estaba a salvo de esa paranoia. Cuando pasamos por la esquina donde estaba la casona en la que los Kirchner vivieron hasta 2008, me dijo: “Acá están las computadoras con las que ellos pueden escuchar todas las conversaciones que hagas por tu celular”.
Los Kirchner dominan Santa Cruz desde 1991, cuando el ex presidente accedió por primera vez a la gobernación. El Calafate es, en especial, un reducto K: Daniel Scioli aplastó allí a Mauricio Macri con casi el 69 por ciento en el balotaje del 22 de noviembre de 2015.
Cristina tiene muchos seguidores en El Calafate, además de una colección de propiedades que incluye 3 hoteles.
Votos y dinero, como predicaba Néstor.
El mausoleo de Néstor. (Maxi Failla)
Los habitantes del principal destino turístico de Santa Cruz son muy respetuosos, aunque distantes. Sólo tuve que lamentar que en noviembre la joven empleada de un hotel no encontrara mi reserva. Nunca me había pasado y me obligó a buscar otro hotel. Nada grave.
Conocedores de que el kirchnerismo pisa fuerte en El Calafate, en el programa A dos voces los colegas Marcelo Bonelli y Edgardo Alfano me preguntaron qué era de la vida de los 3 valientes que aparecían en Salvo que me muera antes con sus nombres y apellidos.
Es decir: si habían sufrido alguna represalia.
Luego de esa entrevista me comuniqué por WhatsApp con Yosver, el ex funebrero:
—Hola Walter, ¿todo bien?
—¡10 puntos, Ceferino! Te vi con Bonelli, espectacular.
—¿Viste que me preguntaron por vos?
—Sí, jajajaja. Me morí de risa, al final.
—¿Algún rebote?
—Mucha gente me llamó.
—¿Te dijeron algo?
—Todo bien. Incluso una chica me dijo que como ahora, creo que el 20 de agosto, es la Feria del Libro, podés venir a presentarlo acá. Yo le dije que estaría bueno, pero que no creo que te inviten.
—Si me invitan, voy volando.
—¿Sí? Bueno, voy a averiguar.
Este Walter es un gaucho.