Señor Presidente, su imagen está en caída libre
Por Myriam Renée Chávez, viuda de Balcedo
Señor Presidente, su imagen está en caída libre. Por más que su asesor estrella, Jaime Durán Barba, lo niegue, las consultoras que miden el optimismo de la gente demuestran que la confianza de los argentinos depositada en usted se ha desplomado en 15 puntos.
Creemos que a usted, que es ingeniero y que tiene el privilegio y el honor de haber sido elegido por el soberano para regir los destinos del país, debería interesarle lo que dicen y sufren quienes lo votaron.
Por ejemplo: hoy tenemos la realidad de un Estado elefantiásico, improductivo, con una inmensa cantidad de asalariados públicos producto del conchabo orquestado por usted y el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner para tapar el drama de la desocupación argentina.
La solución, para usted y sus asesores, es, como siempre se ha hecho, cortar el hilo por lo más delgado: echar de un plumazo a toda esa gente (los gremios estiman que este año los despidos en el Estado superarán los 19.000) que no es responsable del desmadre generado, sin darle, a cambio, la posibilidad de habitar en un país más próspero, el que alguna vez tuvimos, el que soñaron nuestros mayores.
Lamentamos que crea que la solución al problema de la Argentina esté en esos despidos, en la reducción del gasto público, mientras al mismo tiempo se alimenta la bicicleta financiera y se fomenta la especulación en desmedro de la inversión; mientras la construcción continúa sin poder levantar cabeza, como las pymes y las economías regionales, por citar solo algunos de los sectores más críticos. O que, para reducir el déficit, se agigante una deuda externa que a las futuras generaciones les llevará años poder pagar sin ningún beneficio.
Como publicamos en ediciones anteriores, ¿se trata de tirar la toalla y rendirnos? ¿De apagar la luz e irnos? Claro que no. Tal como se preguntó en el siglo pasado el general Juan Domingo Perón: “¿Cómo es posible que haya un argentino sin trabajo cuando está todo por hacerse?”
Desde caminos, barcos, trenes, agua potable y cloacas hasta un sueño fundamental, pero que hoy resulta imposible para el 80% de la población: el hogar propio, al que la gente debe poder acceder con créditos hipotecarios capaces de pagar con el salario mínimo, vital y móvil.
La vivienda debe volver a ser una meta alcanzable no solo por la dignidad que otorga tener un techo al trabajador y su familia, sino también y sobre todo porque la construcción es la madre de todos los movimientos sociales: emplazar una vivienda en lugares que hoy están vírgenes y ociosos, la creación de nuevos barrios y comunidades generaría una rueda virtuosa de trabajo imposible de detener. Solo así otro país será posible.