Un desvergonzado diputado jugando a las escondidas
Agazapado detrás de las cortinas, con la sonrisa de lado y hasta por momentos poniendo los dedos en V, el jefe del bloque Cambiemos, Nicolás Massot, se río de todos. No de los diputados que, tal vez con cierta hipocresía, ahora proponen una solución al problema energético frenando los tarifazos, sino de aquellos ciudadanos de a pie que hoy se debaten entre llenar un plato de comida o pagar la luz. Del soberano al que le reclaman votos pero no le dan voz.
Ellos, los que solo desde el año pasado enfrentan aumentos de más del 500% en los servicios (luz, agua, gas, transporte), en el marco de una inflación generalizada y sin que sus salarios hayan crecido en similar proporción, merecen una explicación y respeto. También las PyMes, muchas veces obligadas a bajar las persianas por no poder hacer frente a incrementos que superan el 1.000%.
El debate que ayer debía darse en el Congreso era por los que todavía no saben de qué se trata todo esto pero deberán pagar nuevos aumentos en lo que resta del año.
Sin embargo, otra vez triunfó el bochorno: en Diputados, Massot, cual adolescente rebelde, jugando a las escondidas, sin la preocupación de tener que dejar de comer para pagar la luz o el gas, porque a sus bolsillos todos los meses entra una pequeña fortuna de $150.000 (sin contar el dinero que recibe por canjes de pasajes, para pagos de asesores, subsidios o becas). El presidente de la Cámara, Emilio Monzó, apurando el levantamiento de la sesión para no discutir uno de los problemas centrales de la coyuntura actual. Y el diputado de la campera amarilla, Alfredo Olmedo, poniéndole el punto final a este nuevo capítulo de la decadencia política argentina: porque esperaba sentado en su banca, hasta que se le acercó el oficialista Javier Pretto y se levantó. El quórum fracasó y pasó lo que en una cancha de fútbol: insultos, gritos, show.
Solo que en el Congreso se juega nada menos que el futuro de todos nosotros.
Más tarde, en el Senado, la expresidenta Cristina Kirchner también montaba su escena y, en un intento por recuperar algo del protagonismo perdido, despotricaba contra los tarifazos, las siderales ganancias de las empresas y la falta de autoabastecimiento energético. Con una pequeña omisión: en los 12 años de kirchnerismo, el congelamiento tarifario fue posible por los $275.000 millones de subsidios al año que, con dinero de todos los argentinos, se destinaron a las empresas sin ningún tipo de control. Fueron años en los que, como nunca antes, el país debió importar combustibles desde Venezuela, con una deuda que, al final del mandato K, ascendía a los US$ 247 millones.
La crisis energética no se resolvió, las empresas, con menos subsidios pero con el beneficio de los tarifazos, vuelven a ser las grandes ganadoras y los usuarios seguimos pagando los costos.