Síndrome de Procusto: ¿Por qué se desprecia al que se destaca?
Cuando aparece en la vida y en el trabajo alguna persona con imposibilidad de reconocer las ideas de los demás; o se tiene miedo de ser superado profesionalmente; o irrumpe la envidia intoxicando todo tipo de relaciones, es posible que no se tenga la claridad necesaria para tomar decisiones de la mejor forma.
Es que ha irrumpido el Síndrome de Procusto, una denominación basada en la mitología griega, que tiene consecuencias devastadoras para las organizaciones y, especialmente, para quienes lo padecen de uno y otro lado.
Frenar las iniciativas de aquellos más destacados suele ser uno de los grandes males que se padecen cotidianamente. Procusto, el personaje mitológico, tiene la destructiva afición de cortar los pies y las cabezas de aquellos que sobresalen.
Este posadero de Ática, en medio de las colinas, ofrecía alojamiento a los viajeros. Ahí los invitaba a descansar en una cama de hierro. Mientras el visitante dormía, lo amordazaba y ataba a las cuatro esquinas del camastro, y no sólo eso: si la víctima era alta y el cuerpo sobresalía, no dudaba en serrar las partes, como los pies, las manos o la cabeza.
Incluso tenía distinto tipo de aposentos: una cama muy pequeña para personas altas; una excesivamente grande, para descoyuntarlo a martillazos, y otra ajustable. La condición era que Procusto siempre se salía con la suya.
En el mundo real, también hay procustos a la vuelta de la esquina, en la familia, los amigos, el trabajo. Son personas que, con tal de no aceptar sus limitaciones, tendrán un manejo tal de sus impulsos con el único objetivo de someterte y degradarte, incluso hasta niveles totalmente destructivos.
Es por eso que se ataca mucho a las personas que se destacan en cualquier campo.
Hay dos tipos de “procustos” dando vueltas alrededor: los inconscientes y los conscientes.
Cuando son inconscientes de sus actos:
– Les afecta emocionalmente cuando otra persona tiene razón y ellos no. En estos casos, se desbordan emocionalmente de tal forma que no logran controlarse y son totalmente destructivos.
– Creen que son empáticos pero, en realidad, juzgan desde su egocentrismo las reacciones de otros. El ego los cega y se desconectan de la realidad, la sensibilidad y la empatía propia de seres equilibrados.
– Suelen hablar de trabajo en equipo, escucha, tolerancia, intercambio de idea pero siempre como argumentos para ser escuchados, no para escuchar. Destrozan a todos los demás, ya que ellos siempre quieren tener la razón, por más insólitos que sean sus argumentaciones.
Cuando son conscientes de sus actos:
– Tienen miedo de conocer a personas a las que les va bien, son proactivas, tienes más conocimientos, capacidades o iniciativas que ellos. Si lo encuentran, les invade una sensación de desconfianza y malestar. Los desprecian, los odian y no cesarán hasta someterlos e, incluso, hacerlos desaparecer de sus vidas.
– Enfocan sus energías en limitar las capacidades, creatividad e iniciativa de otros para que no queden en evidencia sus propias carencias. Están sumamente pendientes de las actividades de los que sobresalen; y tienen siempre un as en la manga para denostarlos, hacerlos quedar en ridículo y debilitarlos con cualquier tipo de argucias.
– Son capaces de modificar su posicionamiento inicial si, con ello, deslegitiman al otro. Esto significa que son altamente contradictorios, lo que los convierte en personas en las que no hay que fiarse.
– Suelen buscar la complicidad de otros para, entre todos, acabar con aquel que destaque más que ellos. Arman camarillas, preparan chismes, ensucian a las demás personas y lo ponen de relieve como conquistas personales. Sus víctimas, como el Procusto del mito griego, pasan a ser, en su inconsciente, “trofeos de guerra”.
¿Qué hacer en estos casos?
1. Mantenerse lo más sereno posible.
2. Dar aviso al área de Recursos Humanos.
3. Diseñar una red de contención con unos pocos compañeros de alta confianza.
4. Denunciar cuando las agresiones y anulaciones lleguen a niveles intolerables para la persona.
5. Encarar de inmediato la búsqueda de un nuevo trabajo.
6. Si hay un superior con habilidad de escucha, compartirlo en forma confidencial y articular posibles soluciones (realmente funciona).
7. No dejarse avasallar.
8. Interponer gestos de auto protección ante las agresiones que puedan sobrevenir.
9. No justificar al que nos desprecia.
10. Entender que el problema está en el otro, y no en quien es despreciado.
11. Buscar formas positivas de sobrellevar las situaciones.
* Daniel Colombo, facilitador y MasterCoach especializado en alta gerencia y profesionales; conferencista internacional; comunicador profesional y autor de 28 libros.