Relatos de quienes se incorporan por primera vez a los comedores comunitarios
Madres solteras con hijos, jubilados y discapacitados cuentan que nunca imaginaron verse obligados a acudir a comedores comunitarios
Sheila tiene 33 años y es madre soltera. Desde hace un mes, va todos los días a almorzar al comedor junto a sus tres hijas de 6, 3 y 2 años. “Vengo acá porque estoy desempleada, soy madre soltera y la plata no me alcanza”, cuenta. Sheila trabajaba como gerente de un local en una empresa de telefonía celular, pero la echaron hace 4 años cuando estaba embarazada de 3 meses. “Desde ahí no consigo trabajo porque al tener las nenas tan chiquitas, nadie te da trabajo. Tampoco consigo vacante doble escolaridad para ellas, así que no puedo trabajar todo el día de corrido, entonces… ¿cómo hago? ¿dónde consigo?”, se pregunta. A esta situación, se suman las complicaciones para conseguir becas alimentarias en los comedores escolares –algo que, al menos, le garantizaría el almuerzo a sus hijas– y el engorroso sistema de inscripción online. “Te piden la certificación negativa de Anses, constancia de alumno regular y una declaración jurada. Todo eso tenes que ir a hacerlo a un locutorio porque es con Internet, y eso es tiempo y plata. Si no tenes plata, no lo podes hacer y te quedas sin vacante o sin comida. O sin las dos cosas”, dice Sheila. “El otro día leía que para no ser pobre hay que ganar 27 mil pesos. Yo recibo 9 mil pesos al mes, entre la Asignación Universal y un subsidio. Antes me arreglaba, pero ahora con los 4 mil pesos que recibo de la asignación de las tres nenas no cubro ni los pañales de la más chiquita. Imaginate que yo consumo entre cuatro y cinco litros de leche por día –que son unos doscientos pesos– y tengo ochenta pesos por paquete de pañal. Además, todos los días tengo ochenta pesos de viaje para llevarlas y traerlas del colegio. Yo tengo fe y creo que podemos estar mejor, necesitamos estar mejor, pero hoy el día a día cuesta mucho”, agrega.
Hugo tiene 72 años y es jubilado. “Cobro la mínima y no, no me alcanza”, dice. A lo largo de su vida, trabajó como empleado en una empresa de seguros, fue obrero de la carne y delegado gremial hasta que la dictadura de 1976 lo obligó a irse del país. Con el retorno de la democracia, Hugo volvió a la Argentina y no recuerda haber pasado por una situación así antes. “El año pasado mi señora, también jubilada, falleció y como PAMI no se hace cargo de todo el velorio tuve que afrontar todos esos gastos solo. Me endeudé y con cómo aumentó todo, se me hizo imposible cubrir todo así que empecé a venir al comedor”, cuenta. “Nunca pensé que a mi edad, después de haber trabajado toda mi vida, iba a tener que venir a un comedor. No es justo”, dice.
Al igual que Hugo, Zita es jubilada y por primera vez en sus 74 años viene a un comedor comunitario. “Antes me arreglaba con la bolsa de alimentos del PAMI y lo que cobro de jubilación, que es la mínima, pero hace seis meses empecé a sentir que no me alcanza. Por eso también sigo trabajando en una inmobiliaria y en casas de familias por hora”, dice Zita, de familia rusa y vecina de Flores “de toda la vida”. “Yo tuve mucha suerte porque pude comprarme mi propio departamento, pero no me alcanza. Por eso empecé a venir. Podría arreglarme con un mate y un sándwich, pero acá me dan una comida calentita”, agrega. Zita dice que no pierde las esperanzas. “Mis abuelos vinieron de Rusia a la Argentina sin nada y después de muchos años cada hijo salió con un diploma. Por eso no pierdo la esperanza”, sostiene.
Margarita tiene 53 años y cobra una pensión por discapacidad. En 1994, un pico de stress le generó una pérdida del 75 por ciento de la visión. “Soy enfermera profesional y siempre me dedique a cuidados intensivos de niños, pero desde ese momento no pude volver a trabajar. Y en este país, si sos discapacitado, sos material descartable”, asegura. “Vivo a tres cuadras del comedor y vengo todos los días hace casi un mes. Es la primera vez en mi vida que vengo a un comedor porque nunca antes tuve la necesidad, pero desde 2016 para acá las cosas se fueron complicando cada vez más y acá estoy. Nunca hubiera pensado que iba a tener que venir a un comedor. Antes yo iba a ayudar a los comedores comunitarios, ahora tengo que venir a comer”, cuenta.
“Yo hoy cobró una pensión de 6000 pesos y tengo 4500 de remedios, porque antes me cubrían el 100 por ciento de la medicación, pero ahora PAMI recortó la cobertura, ¿cómo hago? Antes lo iba pagando con la tarjeta, pero las cuotas se te van acumulando mes a mes y llega un momento en que ya no podés hacer nada. Entonces, para pagar la medicación tuve que endeudarme con las expensas y el año pasado tuve que tomar tres préstamos en Anses para poder pagar los 33 mil pesos de deuda y que no me rematen la casa porque sino me quedaba en la calle. Entonces, ahora estoy pagando todo eso y vengo a comer acá. Esto es lo único que como en el día. A la noche, me arreglo con unos mates y me llevo los pancitos que nos dan acá. Nunca pensé que a mi edad y con la carrera que hice, iba a tener que llegar a esto. Este gobierno me asesinó. Perdí la tranquilidad, la paz, la alegría y las ganas de vivir”, sostiene Margarita.
PáginaI12 visitó un comedor del barrio porteño de Flores. Allí, todos los días almuerzan 150 personas, muchas de ellas se acercan por primera vez a un comedor comunitario. Cada mañana los responsables del comedor entregan números entre quienes esperan en la calle para recibir un plato de comida. “Daríamos más pero no tenemos capacidad, estamos pensando en abrir otro turno. Intentamos no dejar a nadie sin comer pero la verdad es que cada día vienen más y más gente”, cuentan los responsables de este espacio en Fray Cayetano al 100.