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Brasil se convirtió en el laboratorio del nuevo autoritarismo

Brasil se convirtió en el laboratorio del nuevo autoritarismo: no se gobierna planificando ni debatiendo con la sociedad, sino basándose en los alaridos de quien puede desgañitarse en las redes sociales. Jair Bolsonaro tomó decisiones a partir de la reacción de sus seguidores. No gobierna para todos, solo para los que lo apoyan. Vende como democracia lo que es corrupción de la democracia.

Sus tres hijos políticos, a quienes el presidente llama 01, 02 y 03, ejecutan el servicio de expresar la voluntad del «padre» por las redes. Algunas decisiones las toma la prole. Bolsonaro confirma y legitima el anuncio de sus «chicos», como los llama, con un retuiteo. Es la «bolsomonarquía». En internet, el gobierno es familiar, y a menudo se muestra más real que el oficial.

En las últimas semanas, el hijo 02 llamó a un ministro mentiroso por Twitter. Y el presidente lo retuiteó. A continuación, a Gustavo Bebianno lo destituyeron. Sergio Moro, el «superministro» de Justicia, descubrió que es menos súper. Bolsonaro lo obligó a «desnombrar» a Ilona Szabó, una especialista en seguridad, como suplente del Consejo Nacional de Política Criminal y Penitenciaria. Sus seguidores la consideran «izquierdista» y bombardearon su elección con el hashtag#IlonaNo. Moro no tiene siquiera el minipoder de nombrar a una suplente sin aprobación de los seguidores del presidente.

Bolsonaro ya mostró que hará de todo para mantener su popularidad activa y, así, permanecer en el poder. Podría ser una contradicción: si la situación no mejora, no habrá popularidad que aguante. Pero Bolsonaro es parte de un fenómeno más amplio, donde las decisiones las determina la fe, no la razón. El día a día lo determina una interpretación religiosa de la realidad. Apoyar algo por fe es un fenómeno más amplio y no necesariamente vinculado a un credo, ya que muchos ateos se comportan como creyentes. Sin embargo, en la época en que la verdad pasó a ser una elección personal, ¿cómo hacer valer la democracia?

Bolsonaro intenta convencer de que moverse según los gritos de sus «bolsocreyentes» es democracia. No lo es, ya que prescinde de cualquier instrumento que garantice la voluntad de la mayoría. Solo garantiza el deseo de un grupo capaz de hacer que sus alaridos reverberen en internet, muchas veces con robots. Esta experiencia mostrará cómo evolucionará este fenómeno al confrontarse con la realidad.