Macri y la no argumentación
Los “ismos” pesan en la historia argentina, aunque las clases sociales que organizaron la Nación e insertaron su economía en el mercado mundial como proveedoras de bienes primarios e importadores de productos industriales, no fueron capaces de construir un partido político que decantara sus intereses en la competencia electoral. Desde 1916 en adelante esa oligarquía liberal que importó su modelo económico de Inglaterra y la cultura de Francia, fue una y otra vez derrotada en las urnas por fuerzas plebeyas que expresaron el ascenso social de la inmigración extranjera y de los migrantes internos en los años posteriores. Las políticas regulatorias y distributivas de los “ismos” del yrigoyenismo y del peronismo engrescaron a esos sectores dueños, que no compartían la mirada izquierdista-marxista por la que esos movimientos propiciaban una conciliación de clases. La enmienda a su deficiencia electoral fue la transformación de las Fuerzas Armadas en Partido Militar y los golpes de 1930 a 1976, ciclo que recién concluye en 1983, fecha fundacional de la democracia argentina y que según el periodista Horacio Verbitsky, puede dividirse en dos períodos bien diferenciados: el primero, de cooptación de los partidos de origen y tradición popular por los poderes fácticos; y una segunda etapa, que continua hasta hoy en la que uno de los partidos históricos -a contramarcha de su génesis- enfrenta a la alianza Confederaciones Rurales y la Unión Industrial para formar parte de gobiernos rubricados y protegidos por el gran telonero: el Grupo Clarín.
El escritor Gustavo Varela explica que Cambiemos es un producto reciente, con jóvenes de las finanzas y la era digital, y que no se parecen a nada de lo que conoció la política argentina. Hacen de la eficiencia un culto y de la falta de pensamiento crítico, una herramienta. Desde allí construyen conceptos que no son ideas sino aplicaciones.
Mauricio Macri es el mejor exponente y alumno de inventar realidades, sin comprender que sin la palabra no hay política. No hay posibilidad de persuasión. Ni de debate. Sin la palabra sólo resta la fuerza, la brutalidad, el dominio. No hay espacio público, común, del pueblo, sin la elaboración de un discurso, de la argumentación. Y sin argumentación no hay verdad posible. Macri miente en el ataque al Poder Judicial.
“Es una puesta en escena sin afuera. Una política sin afuera. Preguntamos: ¿pero cómo, no ven la realidad? La pregunta es inútil: no hay afuera. Crean realidad: crean cuerpos para esa realidad, crean situaciones, crean un discurso con pocas palabras. ¿Cuántas palabras tiene el vocabulario Macri? ¿O el vocabulario Bulrich, ella o él, es lo mismo? ¿Cuántas? No importa. Crean un lenguaje con poco: felicidad, cambio, no volvamos para atrás, sí se puede, vivir mejor, todos los argentinos, equipo, en todo estás vos, vecino, juntos, nosotros. ¿Engañan? No, inventan un lenguaje atractivo”, explica en sus escritos el pensador Varela.
La argumentación no es lo mismo que el palabrerío sino que es definición, descripción y persuasión. Quien argumenta no miente y Macri no argumenta. Y hay que tener presente que frente a la argumentación del otro, quedan desnudas las mediocridades propias. Macri lo sabe o debería a esta altura de su propio y anhelado “ismo”, saberlo.
* Abogado y periodista. Twitter: @Emilianov9