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Jubilados, invisibles y condenados

Hay algo más invisible que el crecimiento económico que solo ve el Presidente. La situación de los jubilados: los que ni siquiera ocuparon una línea en el discurso de apertura del año parlamentario, a los que el jefe de Estado obvió nombrar tras la polémica reforma de la ley previsional

Hay algo más invisible que el crecimiento económico que solo ve el Presidente. La situación de los jubilados: los que ni siquiera ocuparon una línea en el discurso de apertura del año parlamentario, a los que el jefe de Estado obvió nombrar tras la polémica reforma de la ley previsional.

Muchos de nuestros abuelos hoy cobran  menos de $8.000, es decir, un haber consumido por los tarifazos en los servicios públicos, o por los medicamentos o por las compras en el supermercado que, sin embargo, no alcanza para cubrir la canasta básica alimentaria valuada en $17.000.

Es tan hondo el malestar que el Gobierno, sin pensarlo, recurrió a uno de sus recurrentes manotazos del ahogado: ordenó que desde el 1º de abril los precios de los fármacos se retrotraigan a diciembre. Lo que no se dice es que, en rigor junto con los importes, son las dosis de los remedios las que se reducen.

La decisión ya desató cuestionamientos en la industria farmacéutica, que, según se alertó, deberá dispensar medicamentos a un precio menor que el de compra. A la fecha, el PAMI no ha informado a cuáles medicamentos tendrá acceso el jubilado a partir de abril y el escenario es de total incertidumbre.

Los adultos mayores, sin dinero para comprar las dosis que los sanarán, son rehenes de un sistema que también incluye negociados en clínicas, donde faltan especialistas gerontes. Esto implica que el paciente deba peregrinar por distintos médicos, cuyas recetas pueden confluir en direcciones opuestas a la salud del jubilado.

La condena no termina acá. Porque hoy, quienes con mucho esfuerzo aportaron al país para merecer una vejez digna deben endeudarse para sobrevivir y más de la mitad de sus haberes se va en esas cuotas usurarias que les cobran bancos, financieras y cooperativas. Una vejez indigna también cercena el presente de los que trabajan hoy, una población  económicamente activa sin estímulos ni garantías de futuro. Los abuelos son, para ellos, el espejo en el que se reflejan. Uno en el que hoy prefieren no mirarse.