Un mundo de alimentos 100% orgánicos: ¿sería posible?
No es del todo fácil definir lo que es un alimento ‘ecológico’, ‘orgánico’ o ‘biológico’. Es cualquier producto agrícola o agroindustrial cultivado o producido sin productos sintéticos, tales como insecticidas, herbicidas, fungicidas y fertilizantes artificiales. Tiene una connotación de ser más natural. Por tanto, más saludable.
¿Qué problema tienen estos productos sintéticos? Por un lado, estos químicos suelen amenazar la flora y fauna autóctona de las zonas de cultivo, y por otro, la escorrentía -el ‘escurrimiento’ causado por las precipitaciones- arrastra estos componentes químicos a las aguas superficiales, contaminando ríos, lagos y los océanos. Por ejemplo, el fertilizante que llega al mar causa el desarrollo de mareas de algas, las cuales tapan la luz solar que los arrecifes de coral necesitan para sobrevivir. Los peces y otros animales que se nutren en los arrecifes también se ven perjudicados.
En síntesis, estas prácticas convencionales tienen el riesgo de causar serios desequilibrios medioambientales. En términos de salud humana, la presencia de ciertos pesticidas en nuestra comida constituye un peligro de intoxicación.
En la Unión Europea hay normas estrictas a seguir para poder etiquetar como ‘eco’ o ‘bio’. El Reglamento (CE) 834/2007 estipula, entre otras cosas, que los productores de estos alimentos deben usar únicamente agroquímicos autorizados. Como consecuencia, estos productos suelen ser más caros.
El caso real en la India
En el estado indio de Sikkim, el Gobierno ha prohibido totalmente el uso de agroquímicos sintéticos. El cambio ha tenido consecuencias muy interesantes. Más allá de que la población (80% se dedica a la agricultura) es capaz de abastecer sus necesidades alimenticias, el turismo se ha duplicado desde el 2014, con visitantes entusiasmados con vivir una experiencia auténtica rural y natural. Además, muchos empresarios están considerando estudiar el caso de Sikkim para desarrollar técnicas agrícolas orgánicas modernas que puedan satisfacer la demanda del mercado por el alimento ecológico, que actualmente es de casi 80 millones de euros.
¿Podría el resto del mundo seguir su ejemplo? Desgraciadamente, hay ciertas limitaciones de la agricultura ecológica que dificultan su implemento en una escala global. Sin los agroquímicos sintéticos, el cultivo requiere más tierra para alcanzar el mismo rendimiento de la cosecha. Se debería reducir en 30% el terreno arable destinado a la producción de piensos y pastoreo (que actualmente constituyen un 59% de las tierras sin hielo globalmente) para poder convertir dos tercios de los cultivos convencionales en ecológicos sin aumentar significantemente el uso de tierras.
Una revolución de varias generaciones
Además, el consumo de productos de origen animal está creciendo. Una transición completa al consumo orgánico requeriría una revolución alimenticia que duraría varias generaciones para ir por ejemplo reduciendo el consumo de carne al mínimo. Asimismo, no por ser ‘ecológico’ un producto alimenticio elimina completamente los riesgos al medio ambiente. Al usar más tierras, se produce más deforestación y erosión del suelo. Aún así parece que los beneficios medioambientales ganan la batalla a los problemas asociados.
El consumidor está cada vez más interesado en reducir su impacto medioambiental, lo cual incrementa constantemente la demanda por productos ecológicos, tanto alimenticios como de otro tipo. Si bien muchos suelen estar dispuestos a pagar extra por ello, el transferir el coste de producción al consumidor reduce la accesibilidad a estos productos. Hay que hacer esfuerzos entre todos para minimizar ese sobrecoste adicional.
Y llegado el momento en el que ya añadamos los alimentos ecológicos a nuestra compra, si queremos vivir una vida realmente ‘verde’, necesitamos tomar otras medidas medioambientales y no conformarnos únicamente con una etiqueta en nuestra comida.