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25 de mayo: una campaña contra el blackface, la costumbre de pintar de negro a niños para actuar de esclavos

¿Qué es el blackface y por qué no va más?

Cada 25 de mayo, la historia se repite: en la representación de los hechos de la Revolución de Mayo, la negritud, cuando aparece, sólo lo hace como servidumbre romantizada y feliz.

A lxs niñxs se les pinta la cara con corcho quemado para actuar el menú acotado en el que la escuela y la historia oficial tienen confinada a la comunidad afro: mazamorrera, vendedora de pastelitos o farolero. En conversación con SOY, activistas, docentes y adultxs que recuerdan sus años escolares revisan la educación racista que supimos recibir y proponen alternativas para celebrar la efeméride nacional sin perpetuar las figuras de la esclavitud

Filtros y etiquetas mediante, las postales escolares de nuestres niñes tomadas el 25 de Mayo batallarán en estos días por muchos corazones en las redes sociales, reconstruyendo una épica de la repetición de nuestros propios actos escolares. La pose más simpática, el vestido más elegante y la caracterización más lograda como dama antigua, cabildante, revolucionario repartidor de escarapelas, vendedora de pastelitos, mazamorrera o farolero. Muches de elles harán fila para que le docente les pinte la cara con tizne para simular su pertenencia al colectivo afro esclavizado en los días de Cabildo abierto. Aunque es necesario decir que el clásico y viejo corcho “de verdad” empleado para oscurecer rostros infantiles ya no se consigue fácilmente en los cajones de las alacenas: los fabricantes de vino en su mayoría lo reemplazaron por tapones de plástico. ¿Será corrección política o simplemente carencia de este elemento lo que hizo que la práctica del blackface empezara a abandonarse en los últimos años en las grandes capitales posindustriales argentinas? Los colectivos afro denuncian mundialmente desde hace décadas el blackface como práctica racista. Y desde la Comisión Organizadora del 8 de Noviembre (Día Nacional de las/los Afroargentinas/os y de la Cultura Afro) emitieron un comunicado en relación con las celebraciones del 25 de Mayo que solicita “al Estado argentino, la academia, docentes de nivel inicial, primario, secundario y universitario que deseen reivindicar la presencia negra en nuestro país, que eviten recurrir al ‘blackface’ (el vejatorio y humillante corcho quemado que utilizan año tras año) y a los estereotipos del esclavizado/a feliz con su condición de subalternidad. Es una conmemoración ridiculizante y mentirosa”.

Soy realizó un relevamiento testimonial entre adultxs que recuerdan haber participado cuando niñes en estos cuadros escolares, docentes que pintaron a alumnes con corcho quemado y/o critican esta práctica. Algunes de elles son afrodescendientes. Existen propuestas para celebrar el día que les porteñes le dijeron adiós por siempre adiós a su virrey sin arruinar todo con racismo institucional.

“QUEREMOS LA FOTO”

Un gran problema del abordaje escolar de la historia argentina con les niñes más pequeñes es que los programas se organizan alrededor de las efemérides. “Por eso los cuadros del 25 de Mayo en los actos escolares suelen representarlos los de nivel inicial o primer grado –cuenta Marce Páez, docente de escuela primaria de Mar del Plata–. Aquí nos encontramos con otro inconveniente: lo que le gusta a la comunidad, que no suele llevarse bien con la perspectiva histórica. La comunidad quiere fotos familiares con los niños ataviados como ‘siempre’ se vistieron los niños en los actos del 25 de Mayo. Por eso el enfoque de los actos escolares sigue la representación de nuestra propia escolaridad en primaria y en jardín de infantes”.

“En la escuela donde trabajo ya nos estamos cuestionando estas representaciones. En mi colegio la última vez que vi la práctica del corcho quemado fue en 2015. Nos vino bien el libro de Felipe Pigna sobre mujeres de la historia. Gracias a este libro nos sacamos de encima el texto de Floria-Belsunce que estudiamos en el profesorado e incorporamos a personajes históricos como Juana Azurduy y María Remedios del Valle –afrodescendiente, capitana del Ejército de Belgrano–, que además nos ayudan a trabajar contra los machismos que son muy fuertes en los barrios periféricos de nuestra ciudad, donde damos clases”, señala.

Les xadres intentan arrancarle una sonrisa a le niñe para la foto. Lo difícil es quitarle después la pintura. Durante la media hora que lleva quitar el tizne con agua, jabón, crema para manos y, si el bolsillo dispone, toallitas para bebé, les niñes lloran y lloran y piden que no les vuelvan a pasar corcho.

A Adrián González Navarro (37), cantante y arquitecto, le tocó actuar de farolero. “Fue en un jardín de infantes público de Villa Dominico. Éramos la chica de las empanadas y yo. La maestra nos pasó el corcho, ella se encargaba de que estuviéramos todos dentro de nuestro personaje. Lo recuerdo como mi primera actuación en vivo. Me pareció divertido, a esa edad no entendés si está bien o está mal. Te dicen ‘tenés que pintarte con esto, y lo hacés’. Yo tenía mucha vergüenza, pero me dijeron: ‘No tengas miedo, que no sos el personaje central. No sos un granadero’. El de farolero era un personaje menor”.

PIONERO DEL FEMINISMO Y OTRAS REBELDÍAS

En cambio a la maestra de Maia (21) no le fue nada bien. “A los 4 años me convertí en el papelón del acto del 25 de Mayo. Fue en un jardín de infantes de Mar del Plata. Nos dijeron: ‘Ustedes van a hacer de negros’. En medio del cuadro nuestro, me saqué el pañuelo rojo con pintitas blancas de la cabeza, lo pisé y dije: ‘No quiero hacer esto’. Había una compañerita que estaba vestida toda pituca haciendo el papel de dama. Yo me daba cuenta de que le daban preeminencia a la nena bien vestida de ojitos celestes. Nadie quería pintarse con corcho ni llevar la canasta con las empanadas. Siempre nos enseñaron que estaba mal tener la cara sucia. Entonces, ¿por qué íbamos a querer eso? Como me porté mal, me dejaron sentada en una sillita, en el escenario. Me refregué la manga en la cara pintada con corcho. Mi mamá, que también es maestra, se moría de vergüenza”.

Con una mirada ya adulta, Maia critica la enseñanza de este período de la historia. “Sigue rigiendo el estereotipo. Los blancos son todo lo que está bien y los negros, lo contrario. En la Primera Junta había todas personas blancas, la participación de los negros era solamente batallando y no en la política. Y eso no es cierto. Tampoco se ve la perspectiva latinoamericana. El enfoque es completamente eurocentrista. Nosotros éramos antes de Europa”. Efectivamente Bernardo de Monteagudo, afrodescendiente nacido en Tucumán en 1789, fue un referente revolucionario jacobino de primera línea por lo menos desde 1809. Un político, no un guerrero. Desde Chuquisaca a Lima, pasando por Buenos Aires y Santiago de Chile, Monteagudo estuvo en todas las “roscas”–consideremos este término sin el desprestigio en que intenta sumirlo la antipolítica– hasta que murió asesinado en la capital peruana a los 35 años. Conocemos los nombres de los principales actores en Buenos Aires –y Monteagudo estuvo entre ellos, porque fue uno de los fundadores de la Sociedad Patriótica en 1812 y luego participó con José de San Martín en la Logia Lautaro– pero no conocemos los nombres de los revolucionarios que no llegaron a convertirse en referentes de las primeras filas. Y la etnicidad juega un papel importante en la historiografía argentina y en el destaque de algunos apellidos –las familias “decentes”– y el ocultamiento de otros. Monteagudo tiene una calle de apenas nueve cuadras con su nombre y un monumento, ambos en Parque Patricios, donde antiguamente estuvo el Matadero de los Corrales porteño y muy cerca de la cancha de Huracán.

El historiador liberal Vicente Fidel López, hijo del autor del himno nacional argentino, tenía 10 años cuando asesinan a Monteagudo en Lima (1825). López escribe un relato histórico repleto de anécdotas que podrían rendir bien en un programa de chimentos de la tarde (ocupa varios tomos y se denomina “Historia de la República Argentina”). A Monteagudo lo califica como sátiro. Cuenta que le gustaba provocar a los saavedristas de la Junta Grande mientras “se deleitaba en dirigir artículos ‘A las americanas del sur’ llenos de frases relamidas y sensuales”. Monteagudo fue pionero en el uso de la prensa para invitar a las mujeres jóvenes a sumarse a la revolución. Para López y los “patriotas” moderados, a las mujeres (blancas y patricias) les estaba reservado el universo subalterno de las sociedades de beneficencia, nada de revoluciones. Incitarlas a otra clase de participación pública con elogios a la condición física femenina, únicamente podía ocurrírsele a un depravado sexual. Recelaban de Monteagudo porque había iniciado la revolución, en Chuquisaca, un año antes que estallara la de Buenos Aires.

QUILOMBO VERSUS MAZAMORRA

Activista por los derechos y visibilización de la comunidad afroargentina y presidenta de la Agrupación Xangô, Marcela Lorenzo Pérez (40), cursó la escuela primaria en un colegio privado y siempre le tocó interpretar papeles de vendedor de velas y de aguatero. Jamás le permitieron ser dama antigua. “En ese mismo colegio, en 1987, mi tía se cansó y les dijo que mis primos no iban a actuar más de negritos. Desde entonces mi prima siempre hizo el papel de dama antigua y mi hija, igual. Para abordar la presencia afro a lo largo de nuestra historia nacional no es necesario caer en violencia simbólica sin sentido sino tomar conciencia y conocimiento de los valiosos aportes que nos dejaron, desde lo musical y el vocabulario de los argentinos”, dice.

La Agrupación Xangô publicó una “Guía para docentes sobre afrodescendientes y cultura afro”. Se puede descargar googleando: “Agrupación Xango wordpress guía para docentes”. Allí se explican –entre muchos temas– los aportes africanos al habla cotidiana (palabras como mondongo, milonga, tango, ganga, cachengue, mandinga). Respecto del uso del término “quilombo” cuenta su verdadero significado: “lugar de sublevación de las personas esclavizadas y de los marginados de la sociedad colonial, frente a la opresión de patrones, virreyes y reyes. En estas comunidades políticamente organizadas, también integradas por indígenas y criollos rebeldes al orden colonial, se recreaban distintas estrategias de la lucha contra el opresor”. Dista mucho del significado de “lío, alboroto”. ¿Qué tal si en los actos escolares se representara un quilombo en lugar de una negritud estereotipada, infantilizada?

Dori Bar se jubiló como directora de escuela en 2014. Pasó parte de su juventud como presa política en la cárcel de Villa Devoto. Cuenta que el blackface era “norma en las escuelas del Oeste bonaerense (Ituzaingó, Morón, Haedo) hasta hace 25 años, pero esto va cambiando paulatinamente. En los últimos años empezó a considerarse una práctica discriminatoria. En uno de mis últimos actos escolares, las maestras tuvieron libertad para representar las obras que eligieran. Una compañera de primer grado iba a mostrar la típica representación de las negritas vendiendo empanadas. Decidí no censurarla, pero le pedí que relacione la situación de esas chicas esclavizadas con la de los vendedores ambulantes, los marginados y los precarizados de nuestros días”.

En algunos colegios el racismo ni siquiera intenta disimularse un poco. Paula Espino (33) cursó la primaria en una escuela pública de Villa del Parque y en primer grado le tocó hacer el papel de mazamorrera. “A todes mis compañeres les dieron a elegir los roles que quisieran. A mí, no. Me asignaron sin preguntarme el papel de negra mazamorrera. La mayoría de las nenas interpretaban a una dama antigua, con peinetón, vestido y una bandera argentina. No tenían letra. El único personaje que decía una línea era el mío: ‘Mazamorra caliente para las viejas sin dientes’. Me acompañaba otra compañera que hacía de negrita vendedora de empanadas. A mi amiga le pintaron la cara con corcho y a mí, no. Yo era muy chiquita y no tenía conciencia del color tostado de mi piel. Ahí aprendí que por el color de mi piel se me podían negar cosas, como por ejemplo interpretar un papel serio y no uno chistoso. Cuando le pintaron la cara con el corcho, mi amiga se puso a llorar. Ahora me doy cuenta por qué sobrevaloraba yo el papel de dama antigua. El color de piel implica un rol fijo”.

LA HORMIGUITA VIAJERA

“El estereotipo del niño negro con el rostro pintado con corcho quemado y vestimenta a lunares se instaló a partir del cuento “La hormiguita viajera”, de Constancio C. Vigil. En esos libros se dibujaba a la hormiga negra, con rasgos afro, vestida de rojo con lunares blancos”, cuenta Gabriela Caballero, docente de artes en teatro en la ciudad de Corrientes y una de las organizadoras de la fiesta de San Baltazar en el barrio Cambá Cuá. “Soy afroguaraní y cada 25 de Mayo debo preparar las obras de teatro para los actos. En estas obras el negro siempre aparece como servidumbre, o en su defecto con una parte más festiva, repitiendo hasta el hartazgo el popular Negro José al negrito farolero. Se les pinta la cara con corcho quemado a los niños que tienen piel más clara. Se repiten los estereotipos del negrito feliz, dando sus pregones o cebando mate, romantizando la esclavitud. Y en medio de esto, debo soportar los comentarios de mis colegas sosteniendo que ‘los negros están muertos, no existen’”.

Aún no existen estudios rigurosos que ubiquen fecha de estreno del corcho quemado en las escuelas argentinas. El dato que aporta Gabriela Caballero (el cuento “La hormiguita viajera”) nos lleva a su primera edición, en 1927. Notable coincidencia con la fecha de estreno mundial de la primera película sonora, El cantor de jazz, protagonizada por el cantante blanco Al Jolson caracterizado con blackface. En el cine argentino el blackface llegó a su apogeo décadas después, en 1943, con el estreno de Eclipse de so”, donde Libertad Lamarque luce el rostro pintado de negro mientras canta la milonga “Ropa blanca” (Lava la ropa mulata, pena y amor/ la milonga es un derivado del candombe), con música de su marido Alfredo Malerba y letra de Homero Manzi, acompañada por un cuadro de bailarinas, algunas afrodescendientes sin maquillaje –primeros planos– y otras con negritud simulada. Libertad Lamarque no era una inconsciente política. Durante su niñez fue actriz del teatro anarquista de Rosario y su nombre remite a xadres con ese ideario. Manzi tampoco era un despolitizado. Pero la conciencia sobre las prácticas ofensivas hacia la comunidad afrodescendiente estaba a años luz de despertar.

Sobre el estereotipo de la ropa roja con lunares, existe un artículo de Andrés Eduardo Yáñez (Universidad de La Plata) titulado “La vestimenta de los esclavos en el Buenos Aires posrevolucionario: un análisis a través de los avisos de fugas y extravíos publicados en La Gaceta Mercantil de Buenos Aires (1823-1831)’”, que releva la gran variedad de atuendos de lxs negrxs esclavizadxs. Nótese los años de publicación de aquellos avisos. Es muy común creer que la Asamblea de 1813 liberó a lxs esclavxs de las Provincias Unidas. No, apenas dictó la libertad de lxs nacidxs en estas tierras a partir de entonces. Pero se podía seguir importando esclavizades desde otros sitios. La esclavitud fue legal en la Confederación Argentina hasta 1853 y en Buenos Aires hasta 1861. Los estereotipos de vestimenta difundidos por escritores blancos ya eran comunes en la primera mitad del siglo XIX, pero el rastreo que Yáñez hace de estos avisos muestra una variedad de prendas, telas, calidad de la ropa, que rompe con todos los estereotipos: chaquetón verde botella, pantalón de paño gris, vestido azul con volados, vestido de percal floreado, poncho listado, chiripá, chaqueta de paño azul con cuello de terciopelo negro. En pocos avisos aparece mencionado el pañuelo atado en la cabeza. La mayoría de las esclavizadas que se fugaron y fueron denunciadas con estas “búsquedas”, no llevaban ornamentos como aros o collares, elementos que suelen acompañar al corcho quemado, para el caso de las niñas.

Gabriela Caballero viene desarrollando un trabajo de visibilización afrodescendiente en varias escuelas correntinas. “Llevo el candombe correntino, la charanda, y cuento mi propio descubrimiento, cómo hice para descubrir mi raíz negra. Y voy haciendo que los niños pregunten en sus casas. Algunos llegan con fotos de sus bisabuelos o tatarabuelos negros, que estaban escondidas por años, por vergüenza, por desconocimiento. Y ya no quieren hacer de cabildantes en los actos escolares, quieren representar negros, pero desde un lugar de empoderamiento”.

Nélida Wineske es docente afrodescendiente y trabaja en escuelas del interior de la provincia de Misiones. La condiciones materiales de esas localidades son pre-siglo XXI: “En la mayoría de las localidades ubicadas a más de 40 kilómetros de Posadas no hay señal de internet ni para mandarnos mensajitos por el celular. Estamos completamente incomunicados. Imagínese si va a llegar material que informe a los docentes de los avances y la visibilidad que va logrando la comunidad afrodescendiente en todo el país. El Ministerio de Educación debe incorporar los contenidos referentes a la presencia y la importancia de los aportes de la comunidad afro en nuestro país, su existencia actual y sus derechos. Con materiales concretos que podamos usar en las escuelas”. La práctica del corcho quemado en Misiones es moneda corriente todos los 25 de Mayo y 9 de Julio. Pero no sería lo peor. “En una de estas escuelas donde no hay señal de internet, el año pasado me encontré con un panel grande de cartón donde habían pintado una mazamorrera. Tenía la cara recortada en círculo abierto, de manera que el público pueda poner allí la suya y experimentar cómo se sentía ser negra de tiempos de la colonia”. Una negritud de kermés en la escuela.