“Debemos darnos la mano entre los hermanos, siempre”
Lonko Victorina Spoja
Integra el Parlamento Mapuche-Tehuelche de la provincia de Buenos Aires, donde hay más de treinta comunidades y agrupaciones. Desde su sentir habló del Kvme Monguen
Victorina Melipangi Antieco Spoja, lonko (cabeza) de la comunidad Mapuche-Tehuelche Calfu Shotel de la ciudad de La Plata habló en Radio Rojas, en el programa ‘Voces por el buen vivir’. “yo nací y me crié en Esquel, provincia de Chubut, me adoptó una familia que no podía tener hijos y viví muchas cosas que no se correspondían con nuestra cosmovisión, ya que mi mamá del corazón era ultracatólica, de una familia muy tradicionalista de Salta y mi papá adoptivo era un croata” y agregó “estoy luchando por la memoria de los pueblos que habitan lo que hoy se llama Argentina, porque acá hubo un genocidio muy grande, de varios pueblos”.
Contó que sus apellidos significan Meli (cuatro) pangui (puma) y Antú (Sol) y Co (agua). Y en su dilatada trayectoria y militancia se encuentran la lucha por la restitución de los restos de ancestros que se encuentran en los museos. “Acompañamos por el amor a nuestros ancestros, por la convicción de que hay que hacerlo”.
Integra el Parlamento Mapuche-Tehuelche de la provincia de Buenos Aires, donde hay más de treinta comunidades y agrupaciones.
Desde su sentir habló del Kvme Monguen (buen vivir). “Es estar en conexión, tener un diálogo con buena intencionalidad, aceptarnos desde el respeto, cuidar a la Madre Tierra y vivir en equilibrio porque nos da absolutamente todo, nosotros somos un elemento más en este plano, tenemos que aprender a convivir con todos los demás elementos con respeto”.
“Debemos conectarnos con las plantas, pedirles permiso para tomar sus frutos o su medicina; darnos la mano entre los hermanos siempre y no cuando solo se necesita de alguien”, dijo Victorina y celebro que la gente que distribuye semillas y trabaje la tierra aliente a otras personas a hacerlo, eso es algo increíble, porque no solo es poner la semilla y regarla, sino que se trata de sembrar la semilla del ejemplo”.
“El verdadero Kvme Monguen es el Trasquintu, que es el intercambio, la solidaridad entre hermanos con la semilla, la tierra, los saberes, el conocimiento” y finalizó diciendo “es un modo de ver la vida y la intencionalidad de la conexión, porque la Madre Tierra siente cuando hay una buena vibración”.
Reconstruyendo la historia Mapuche y Tehuelche
Los múltiples relatos que recitan los sabios ancianos y los pobladores que reproducen las enseñanzas de sus antepasados narran el ngïtram, la “verdadera historia” de su pueblo.
Desde la cosmovisión mapuche y tehuelche, la naturaleza y la memoria cobran un papel especial en relación al territorio. Si para la cultura occidental una montaña es algo inerte, para los mapuches tiene su newen (fuerza) e interactúa con las personas en ese medio ambiente. Entonces, se lo puede tomar como un agente de la historia. Eso es lo que la hace diferente a la cartografía y la historia oficial.
Así, el volcán (pillañ) sagrado que puede enojarse o el tigre (nawel) que se seca las lágrimas con su brazo ante un canto sagrado (tayïl) formarán parte de las historias verdaderas que determinarán la constitución de su territorio y su historicidad.
Los grandes caciques y el infierno de la Conquista
La historia verdadera mapuche-tehuelche, presente en su memoria social, puede dividirse en tres etapas: la primera, que se conoce como la de los grandes caciques, la segunda, signada por la muerte en la campaña al desierto y la miseria en los campos de concentración, y una tercera en la que regresaron a sus territorios.
En la primera etapa, antes de las campañas militares de la generación del ´80, no existían límites ni lugares fijos. Aún así los territorios eran reconocidos y diferenciados según las relaciones de alianzas políticas y parentales de grandes caciques como Sayhueque, Ñancucheo y Nahuelquir.
En los múltiples testimonios que pudo recolectar el grupo de investigación, los indígenas hablan de la época en que mapuches y tehuelches estaban juntos y mezclados y formaban pueblitos. Las comunidades eran reconocidas con un nombre de pertenencia: los saihueque, los nahuelquir, entre otros.
La segunda etapa representa el momento más trágico de la historia de estos pueblos. Al mando del General Julio Argentino Roca, la ‘campaña al desierto’ (1878-1885) casi vació la Patagonia de indígenas.
Aparecen los campos de concentración donde llevan a los indígenas. Hay un momento donde las crónicas cuentan que ya casi no había indígenas en Chubut. Desde la memoria oral uno va rastreando dónde estaban en esa época y descubre que se encontraban en campos de concentración o habían escapado hacia otros lugares.
A fines de 1890 esos campos de concentración fueron levantados y comenzó una lenta peregrinación hacia los lugares en los que hoy se encuentran. El problema es que en el momento en que los indígenas volvieron ya habían comenzado los alambrados impulsados por el Estado y gran parte del territorio fue vendido a las grandes compañías privadas como Tierras del sur argentino.
Una categoría jurídica oficial que no da cuenta de todas esas políticas de estado y de todos esos desplazamientos no da cuenta de la verdad de cómo sucedieron los hechos, porque son pocas las familias en Chubut que pueden dar cuenta de una ocupación permanente. Una de las principales características de la historia de este pueblo es el desplazamiento constante e impuesto, por lo que resulta casi imposible responder a evidencias de fijeza para dar cuenta de un territorio.
Hoy, cuando se habla del extenso territorio patagónico, se mantiene vigente la historia oficial, la odisea de la ocupación de un “desierto”. Sin embargo, los pueblos indígenas cuentan su propia historia, donde el nawel y el pillañ están más vivos que nunca.