La economía comenzó a repuntar, pero tendría vuelo corto por falta de confianza
Abril marcó un piso histórico para la economía argentina, con el comercio y las fábricas cerradas por una cuarentena muy estricta. A partir de allí empezó un repunte que de acuerdo a un informe distribuido por el Ministerio de Desarrollo Productivo se da a “dos velocidades”: el interior se mueve con más dinamismo que el AMBA, que mantiene un confinamiento más duro. Pero además hay diferencias enormes en ventas según el rubro.
El propio Gobierno destaca que algunos sectores muestran más dinamismo por las propias características de la cuarentena, pero también por el particular impacto del tipo de cambio: “La brecha cambiaria respecto del dólar oficial abarató sensiblemente la compra de bienes durables al dólar paralelo”, señala en forma textual. Es decir, los productos medidos en dólar libre ahora son mucho más baratos que antes.
Uno de los rubros ganadores es el de muebles, que según el informe oficial tuvieron un crecimiento de 187% en las ventas respecto a la etapa previa a la cuarentena. La razón obvia es que los hogares tuvieron que equiparse mejor para llevar adelante el teletrabajo y simplemente el hecho pasar todo el día en casa de la manera más cómoda posible.
Quizás donde más se notó ese repunte es en la venta de cero kilómetro. De caer a menos de 5.000 autos en abril, mayo mostró un repunte a 21.000 pero ya en junio el salto fue hasta 37.000, superando incluso el mismo mes del año anterior. Allí se notó el abaratamiento de vehículos medidos al dólar libre y también influyeron las ventas que no se pudieron hacer por la cuarentena en meses anteriores. La comercialización de autos usados también subió 5,3% interanual.
Más ejemplos: la cantidad de comercios que habían facturado más de $10.000 con ventas en cuotas por el plan Ahora 12 había caído a un mínimo de 12.000 en abril. Pero ya en junio había 38.300 comercios en todo el país facturando por encima de ese nivel, cifras similares a la pre-cuarentena.
Julio seguramente tendrá datos peores por la nueva cuarentena reforzada que se prolongó hasta el último viernes. Sin embargo, no es exagerado proyectar que a partir de mañana arranca un proceso que será mucho más sostenido desde el punto de vista de la reactivación, por la sencilla razón que más comercios y empresas podrán volver a funcionar. Y sucesivamente la apertura se irá acelerando con el correr de las semanas, siempre dependiendo del ritmo de contagios, fallecimientos y uso de camas en terapia intensiva.
La economía argentina sufrió un palazo histórico en el segundo trimestre, con una caída que podría superar el 20%. Es tan impresionante que ni siquiera ocurrió en el primer trimestre de 2002, tras el estallido de la Convertibilidad.
Mal de muchos consuelo de tontos, dice el refrán. Sin embargo, es en lo que puede escudarse el Presidente para amortiguar los ataques de quienes lo acusan de haber descuidado la economía para concentrarse exclusivamente en la cuestión sanitaria. Según el mismo informe oficial, la industria en mayo (que tuvo mayor actividad respecto a abril) cayó 26% interanual. Pero no fue la peor ni mucho menor. En España el sector cayó 30% y en México, por ejemplo, lo hizo a un ritmo de 37%.
Más allá de las dimensiones, todo el planeta (con la excepción de China) sufrió su peor caída en el segundo trimestre de los últimos 60 años como mínimo. La verdadera prueba, por lo tanto, empieza ahora. ¿Quiénes estarán en condiciones de recuperarse más rápido y quiénes lo harán a un ritmo mucho más lento? Y ahí es donde empiezan los problemas de la Argentina.
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Tanto la Unión Industrial Argentina (UIA) como al Cámara Argentina de la Construcción (Camarco) ya le acercaron al Gobierno sus planes para encender los motores de la economía. El desafío es complejo, porque hace diez años que la actividad se encuentra estancada.
El punto de partida es malísimo. El Estado no tiene recursos: sin financiamiento internacional y con un déficit fiscal superior a 6% del PBI, cada peso que se quiera volcar al mercado para reactivar significa más emisión monetaria. El remedio podría ser entonces peor que la enfermedad, porque una recuperación de cortísimo plazo sería a costa de mayor inflación en el futuro y por ende mayor pobreza y caída del salario real.
Pero además de la falta de crédito y de recursos propios, el saldo que dejaron los meses de cuarentena es deplorable. Fuerte caída del empleo registrado, millones de personas en negro que recibieron $ 10.000 cada dos meses y por lo tanto un fuerte aumento de la precaridad. Además, cerraron miles de comercios e industrias por factores múltiples: ya venían golpeadas por la crisis de los últimos dos años, el gran impacto de haber dejado de facturar en estos meses y, quizás lo más fuerte, la falta de perspectiva por lo que viene.
Alberto Fernández contestó tibiamente cuando le preguntaron el viernes si tenía un plan para reactivar la economía post-pandemia. Lo único que amagó a decir es que están pensando en uno que trabaja las problemáticas del por por regiones, en vez de acudir a una suerte de “receta única”.
Los pronósticos de lo que viene no son precisamente alentadores. Según bancos, consultoras y economistas privados, la recuperación de la economía argentina será en cámara lenta y podría ser uno de los países con menor repunte en 2021. Pero buena parte de América Latina atraviesa las mismas dificultades. El rebote será mucho más lento que en los países desarrollados.
Una reactivación más vigorosa de la Argentina dependerá en primer lugar de reanimar el consumo interno. Parece difícil, con sueldos que vuelven a perder poder adquisitivo, menos empleo y muchas dudas por lo que viene. Las exportaciones también permitirían impulsar a la economía doméstica, pero aquí tampoco hay grandes perspectivas. Y la otra variable que puede traccionar es la inversión, pero hoy es la más deprimida de las tres.
Los pronósticos no son precisamente alentadores. De una caída del 12%, la economía pasaría a rebotar cerca del 4% el año próximo. Pero para revertir totalmente la caída de estos meses llevaría –con viento a favor- toda la duración del actual gobierno, es decir hasta fines de 2023, siempre y cuando no sucedan “accidentes” en el medio, como un nuevo desborde cambiario.
En pocas semanas se está por cumplir un año desde el recordado 11 de agosto, es decir las PASO. La contundente victoria de Alberto Fernández reavivó todos los fantasmas del kirchnerismo y del regreso de Cristina. Pero en ningún momento el ahora Presidente pudo revertir esa “primera mala impresión”. Las grandes incertidumbres y temores sobre el rumbo de la Argentina se agigantaron y aún están lejos de despejarse.
La renegociación de la deuda es un paso imprescindible, pero ni por asomo será la solución para los desafíos que enfrenta la Argentina. El proyecto de Presupuesto 2021 que se conocerá el 15 de septiembre aportará algunas señales sobre el futuro nivel de déficit y prioridades del gasto.
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Pero las expresiones de distintos miembros del Gabinete –incluyendo al ministro de Economía, Martín Guzmán- hablando sobre la necesidad de fortalecer el Estado post-pandemia no parecen ir en la dirección correcta. ¿Acaso un Estado quebrado está en condiciones de reemplazar el empleo que se perdió en el sector privado o compensar a los asalariados por su caída de ingresos?
Si no hay urgentes medidas que alivien al sector privado para que recupere el consumo, la producción y la inversión, la economía rebotará desde los mínimos de abril pero en poco tiempo volverá a la intrascendencia de los últimos años.
Se acerca la verdadera hora de la verdad para el gobierno de Alberto Fernández. Los primeros cien días fueron de puras indefiniciones a la espera de renegociar la deuda, algo que no sucedió en los tiempos esperados. Luego llegó la pandemia y la necesidad de aplicar medidas de emergencia para suavizar la crisis. Pero se aproxima el momento de mostrar un plan capaz de poner en marcha al país, si es que primero el Presidente logra ponerse de acuerdo con las distintos sectores que conforman la coalición de gobierno.